Hay que empezar a decir en palabras lo que ocultamos bajo una mirada, un suspiro o un silencio. A menudo guardamos en nuestro cofre personal todo aquello que por miedo no somos capaces de gritar a los cuatro vientos, y resulta que llega un día en que esos vientos han cambiado sin haber intentado que transporten nuestro mensaje.
Nos encerramos en celdas cotidianas esperando una
llamada, pero en los días grises nadie aparece por detrás para darte ese abrazo
que llevas esperando desde ya ni sabes cuándo. Es cierto, no se trata tan sólo
de pedir lo que esperamos de los demás, sino de estar atento a esas llamadas de
emergencia que se realizan sin emitir ni un solo ruido. Por regla general, las
cosas más bonitas ocurren en sigilo. Y las más dolorosas también.
Cada minuto de silencio esconde detrás tantos
gritos ahogados que a menudo llegamos cuando es demasiado tarde. Por eso
debemos ser nosotros quienes barramos los pedacitos rotos a nuestro paso para
después reconstruir el puzzle y pegarlo con un buen pegamento. Y si ese
pegamento no está cerca, tendremos que alzar la voz y pedirlo alto y claro para
asegurarnos de que hay alguien escuchando dispuesto a bajar hasta la tienda más
cercana en su búsqueda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario