Hay cosas que se vienen abajo mientras les damos la espalda. Se nos escapan de las manos las miles de ilusiones que apuntamos en una lista con ideas futuras que nunca veremos realizadas. Por pereza, porque pasamos de intentarlo. Hay cosas que, simplemente, vuelan. Desaparecen. O se transforman.
También hay personas que cambian. Que sufren
metamorfosis doloras y complicadas contra su voluntad. Existen monstruos que se
cuelan debajo de nuestra cama un día cualquiera, sin avisar. Monstruos que se
encargan de destruir todo lo que un día nos mantuvo con vida. Cuando uno de
ellos entra en casa, muchas emociones se escapan por la puerta de atrás
mientras permanecemos distraídos adorándole.
No se puede hacer nada por alejar esa suerte de
nosotros. Sin saber porqué, hemos sido elegidos para vivir una aventura llena
de fascinantes salas frías, caras tristes y adultos con bata blanca. Una
aventura que no podríamos imaginar ni en la peor de nuestras pesadillas, pero
que es nuestra aventura, la que nos ha tocado interpretar.
Y es que cuesta echar de menos a alguien que sigue
estando con nosotros; alguien que se aleja por momentos sin poderlo remediar.
Perder poco a poco a esa persona que tenemos delante de nuestros ojos, y que
ayer nos llenaba de ganas de luchar por esta vida de mierda a la que nos
aferramos con una fuerza sobrehumana. Ni aún viéndolo escrito puedo asumir
semejante idea.
Si queréis un consejo, el mejor consejo que os
puedo dar, invertir vuestro tiempo en algo (o en alguien) que os llene de
verdad, que os haga vibrar de alegría, y que sepa volver a unir los pedacitos
que quedan cuando algo importante se rompe. Y cuando queráis llorar, hacedlo.
Os sentiréis mejor aunque vuestro peculiar monstruo siga debajo de la cama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario