2 de septiembre de 2012

Tregua.


Hay cosas que se vienen abajo mientras les damos la espalda. Se nos escapan de las manos las miles de ilusiones que apuntamos en una lista con ideas futuras que nunca veremos realizadas. Por pereza, porque pasamos de intentarlo. Hay cosas que, simplemente, vuelan. Desaparecen. O se transforman.

También hay personas que cambian. Que sufren metamorfosis doloras y complicadas contra su voluntad. Existen monstruos que se cuelan debajo de nuestra cama un día cualquiera, sin avisar. Monstruos que se encargan de destruir todo lo que un día nos mantuvo con vida. Cuando uno de ellos entra en casa, muchas emociones se escapan por la puerta de atrás mientras permanecemos distraídos adorándole.

No se puede hacer nada por alejar esa suerte de nosotros. Sin saber porqué, hemos sido elegidos para vivir una aventura llena de fascinantes salas frías, caras tristes y adultos con bata blanca. Una aventura que no podríamos imaginar ni en la peor de nuestras pesadillas, pero que es nuestra aventura, la que nos ha tocado interpretar.

Y es que cuesta echar de menos a alguien que sigue estando con nosotros; alguien que se aleja por momentos sin poderlo remediar. Perder poco a poco a esa persona que tenemos delante de nuestros ojos, y que ayer nos llenaba de ganas de luchar por esta vida de mierda a la que nos aferramos con una fuerza sobrehumana. Ni aún viéndolo escrito puedo asumir semejante idea.

Si queréis un consejo, el mejor consejo que os puedo dar, invertir vuestro tiempo en algo (o en alguien) que os llene de verdad, que os haga vibrar de alegría, y que sepa volver a unir los pedacitos que quedan cuando algo importante se rompe. Y cuando queráis llorar, hacedlo. Os sentiréis mejor aunque vuestro peculiar monstruo siga debajo de la cama.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

...